sábado, 18 de junio de 2016

LAS INICIACIONES SUPERIORES
Será más sencillo este asunto para el estudiante si divide en dos grupos las cuatro etapas
del Sendero del Adeptado y coloca las tres primeras en el primer grupo. Durante estas tres
etapas llega a la perfección la conciencia búdica, y en la cuarta iniciación entra el
candidato en el plano nirvánico, ocupándose de allí en adelante en ascender firmemente
por los cinco subplanos inferiores del nirvánico, donde el ego tiene su ser. También puede
considerarse la cuarta iniciación como una etapa intermedia, pues se dice que entre la
primera y la cuarta iniciación transcurren ordinariamente siete vidas y otras siete entre la
cuarta y la quinta. Sin embargo, este número puede aumentar o disminuir, según dije
antes, y el período de tiempo efectivamente empleado en la mayoría de los casos no es
muy largo, pues las vidas se suceden una a otra sin intermedios en el mundo celeste.
En la terminología budista se llama arhat al que ha recibido la cuarta iniciación, y
significa el capaz, el benemérito, el venerable, el perfecto. Los induístas le llaman el
paramohamsa, el que está más allá del hamsa. Los libros orientales encomian muchísimo
al iniciado en cuarta porque conocen que se halla en altísimo nivel.
























En la simbología cristiana está la cuarta iniciación representada por las angustias
sufridas en el huerto de Getsemaní, la crucifixión y la resurrección de Cristo; pero como
hay algunas etapas preliminares se puede simbolizar más completamente la cuarta
iniciación con todo cuanto se dice que sucedió durante la semana llamada santa. El primer
acontecimiento fue la resurrección de Lázaro, que siempre se conmemora el Sábado de
Pasión aunque según el Evangelio ocurrió una o dos semanas antes. El domingo de
Ramos se celebra la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. El lunes y martes predicó varios
sermones en el templo; el miércoles lo traicionó Judas Iscariote; el jueves instituyó la
Sagrada Eucaristía; en la noche del jueves al viernes, compareció ante Pilatos y Herodes;
el viernes fue crucificado; el sábado permaneció en el sepulcro, y en el primer instante del
domingo, para siempre triunfante resucitó de entre los muertos.
















Todos estos pormenores del drama de la Pasión están relacionados con lo que realmente
sucede en la cuarta iniciación. Cristo hizo algo insólito y prodigioso al resucitar a Lázaro
en sábado, y en consecuencia gozó poco después de su único triunfo terrenal, porque las
gentes acudieron presurosas al saber que había resucitado a un muerto, y le esperaron a la
salida de la casa de Lázaro, cuando se dirigía a Jerusalén, para aclamarlo con entusiasmo
y tratarlo como todavía en Oriente tratan a quien consideran santo. El pueblo le siguió
entusiásticamente hasta Jerusalén, y Cristo aprovechó entonces aquella oportunidad para
aleccionar a la multitud que se había congregado en el templo deseosos de verle y oírle.
Este es un símbolo de la realidad, porque el iniciado atrae algún tanto la atención pública
y cobra cierto grado de popularidad y simpatía. Después hay siempre un traidor que se
revuelve contra él y tergiversa cuanto ha dicho y hecho, de modo que aparece como un
malvado a la vista de las gentes.
















Dice Ruysbroek sobre el particular:
«A veces ven estos infelices privados de todos los bienes terrenos, separados de sus
amigos y parientes, abandonados por sus mismos discípulos, menospreciada y
desconocida su santidad, calumniadas todas las obras de su vida, rechazados y
desdeñados por sus compañeros y afligidos por diversas enfermedades.»
A esto sigue una lluvia de vilipendios, denuestos y maltratos, y la abominación del
mundo. Después la escena del huerto de Getsemaní, cuando el Cristo se siente desfallecer
al verse en completo abandono y a poco la befa y el escarnio en público y la crucifixión.
Finalmente el grito desde la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?»















La señora Blavatsky dice en La Doctrina Secreta, que el verdadero significado de la
exclamación de Cristo es: «¡Dios mío, Dios mío, cómo me glorificas!» No soy capaz de
comprobar cuál de ambas traducciones es la exacta, pero las dos entrañan una
profunda verdad. Una de las características de la cuarta iniciación es que al candidato
se le deja enteramente solo. Primeramente ha de quedarse solo en el mundo físico,
pues todos sus amigos y parientes se revuelven contra él a causa de malas inteligencias,
y aunque más tarde resplandezca la justicia, entretanto sufre el candidato la
animadversión general del mundo que se declara contra él. Quizás no sea ésta la más
penosa prueba; pero tiene un aspecto interno que consiste en experimentar por un
momento la condición llamada avichi, que significa «sin vibración».
















El estado de avichi no es como vulgarmente se cree una especie de infierno, sino una
condición en la cual el hombre está absolutamente solo en el espacio y se siente
separado de toda vida, incluso de la del Logos. Sin duda es la más espantosa
experiencia por que puede pasar un ser humano. Dícese que tan sólo dura un
momento; pero quienes la han sufrido declaran que es de muchísimo mayor duración,
porque en aquel plano ya no existen el tiempo ni el espacio. A mi entender, tan terrible
experiencia produce dos resultados: que el candidato pueda simpatizar con quienes por
efecto de sus acciones caen en el estado de avichi y que aprenda a permanecer
separado de todos los objetos externos, así como convencerse de que es esencialmente
uno con el Logos y de lo ilusorio del sentimiento de soledad. Hubo quienes cayeron en
este horrendo estado y retrocedieron hasta el extremo de tener que repetir su obra de
iniciación; mas para quien sin desmayo la resiste, es la prueba, aunque sumamente
terrible, de muy admirable beneficio, por lo que si bien se le puede aplicar la
exclamación: «¿Por qué me has abandonado?» también le conviene la de: «¡Cómo me
glorificas!» al salir triunfante el candidato de la prueba.
















La cuarta iniciación difiere de las demás en su extraño doble aspecto de sufrimiento
y victoria. Las tres primeras iniciaciones están respectivamente simbolizadas en el
cristianismo por el Nacimiento, el Bautismo y la Transfiguración; mas para simbolizar
la cuarta fueron necesarios varios sucesos. La Crucifixión con todos los sufrimientos que
la precedieron sirvió para simbolizar el aspecto aflictivo, mientras que el aspecto gozoso
está representado por la Resurrección y el triunfo sobre la muerte. En esta etapa siempre
hay sufrimiento físico, astral y mental, ludibrio de las gentes, hostilidad del mundo y
aparente fracaso; pero también hay siempre en los planos superiores, el esplendente triunfo
desconocido para el mundo exterior. La especial índole del sufrimiento que aflige al
candidato en esta cuarta iniciación elimina cuantos residuos kármicos puedan
interponerse todavía en su camino, y la paciencia y alegría con que lo soporte contribuirán
valiosamente a fortalecerle el carácter y ayudarle a determinar su grado de utilidad en la
obra que le aguarda.















Una antigua fórmula egipcia describe como sigue la Crucifixión y Resurrección que
simboliza la efectiva iniciación: «Después el candidato quedará atado sobre la cruz de
madera, morirá y será sepultado y descenderá al mundo inferior, pero al tercer día
resucitará de entre los muertos.»
En aquellos tiempos no resurgía el candidato del sarcófago en que en estado de éxtasis se
le había depositado, hasta pasados tres días con sus noches y parte del cuarto. Entonces
resurgía al aire libre por el lado oriental de la pirámide o templo, a fin de que los rayos
del sol naciente le dieran en el rostro y acabaran de despertarle de su largo sueño.
El antiguo proverbio que dice «no hay corona sin cruz» puede interpretarse en el
sentido de que sin el descenso del hombre a la materia, sin atarse a ella como a una cruz,
sería imposible para él resucitar y recibir la corona de gloria. Así es que por la limitación
y el sufrimiento obtiene la victoria.
Imposible nos es describir la resurrección. Cuantas palabras empleáramos empañarían
su esplendor y blasfemia parecería aun el intento de descripción. Sin embargo, cabe
afirmar que equivale a la completa victoria sobre todas las tristezas, tribulaciones,
dificultades, tentaciones y pruebas. Es un triunfo imperecedero porque lo ha logrado por
conocimiento y fortaleza de ánimo.















Recordemos cómo proclamó el Señor Buda su liberación.
«Muchas mansiones de vida me alojaron, y siempre inquirí quién había forjado aquellas
prisiones de los sentidos atestadas de aflicción. ¡Penosa fue mi incesante lucha! Pero
ahora ya te conozco, constructor de este tabernáculo. Nunca volverás a erigir estas murallas
de dolor ni a colocar la parhilera de los desengaños ni a empotrar traviesas en la arcilla.
Derruida está tu casa y cuarteada la viga maestra. ¡La ilusión la construyó! Así pasaré
seguramente a obtener la liberación.»
Desde esta cuarta etapa es consciente el arhat en el plano búdico aunque actúe en el
físico, y al dejar este último durante el sueño o el éxtasis, se transfiere su conciencia a la
inefable gloria del plano nirvánica. Al recibir la cuarta iniciación ha de tener ya el
candidato un vislumbre de conciencia nirvánica, como al recibir la primera tuvo una
momentánea experiencia del plano búdico. Mas ahora sus cotidianos esfuerzos han de
propender al enaltecimiento y ampliación de su conciencia nirvánica. Esta labor es
prodigiosamente difícil, pero poco a poco se capacitará para adelantar su obra en este
inefable esplendor.
Al principio se verá completamente desorientado y sentirá como primera impresión una
vehemente intensidad de vida, que le sorprenderá no obstante estar familiarizado con el
plano búdico. También se sorprendió, aunque no tanto, cada vez que anteriormente fue
ascendiendo de uno a otro plano. Cuando por vez primera me transporté con plena
conciencia al plano astral desde el físico, noté que la vida es allí mucho más amplia que
cuanto conocía en la tierra, y exclamé: «Yo me figuraba que sabía qué era la vida, pero
no la conocía.»

LOS MAESTROS Y EL SENDERO
Rev. C.W. LEADBEATER