consumación de los tiempos?61, preguntaron los discípulos del Maestro en el
monte de los Olivos”.
La respuesta62 que dio el “Hombre de los Sufrimientos” –el Chrêstos– en sus
pruebas, y también en su camino al triunfo como Christos o Cristo63, es profética y muy
sugestiva.
Desde luego, es una advertencia. La respuesta será citada por completo. Jesús … les
dijo:
“Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre diciendo: “Yo soy el
Cristo”, y engañarán a muchos. Y oiréis hablar de guerras… mas aún no es el fin. Porque se
levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá hambre, pestilencias y
terremotos en diversos lugares. Pero todas estas cosas son el principio de los dolores… Y
muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos… Y entonces vendrá el fin…
Cuando veáis la abominable desolación anunciada por Daniel… Entonces, si alguno os
dijere: “He aquí el Cristo, o allí”, no lo creáis... Si os dijeren: “He aquí, en el desierto está”, no
salgáis. “He aquí, en los aposentos”, no le creáis. Porque como el cometa luminoso que sale
del Oriente y se ve lucir hasta el Occidente, así también será la presencia del Hijo del
Hombre…”
Dos cosas son evidentes para todos en los pasajes que preceden, cuando se corrige la
falsa traducción del texto revisado. Primero, “la venida de Cristo” significa la presencia
del Christos en un mundo regenerado, y de ninguna manera la venida real de “Cristo”
Jesús en un cuerpo. Segundo, este Cristo no se ha de buscar en el desierto, ni en los
aposentos, ni en el santuario de ningún templo o iglesia construida por el hombre, pues
Christos –el verdadero Salvador esotérico– no es un hombre, sino el Principio Divino en
todo ser humano.
Quien se esfuerza por resucitar al Espíritu crucificado dentro de sí mismo Por sus
propias pasiones terrenales y enterrado en el “sepulcro” de su naturaleza carnal; quien
tiene la fuerza de apartar la piedra de materia de la puerta de su propio santuario
interior, tiene en sí mismo al Cristo resucitado 64. El “Hijo del Hombre” no es hijo de la
sierva –la carne–, sino en verdad de la mujer libre, el Espíritu 65, hijo de las acciones del
hombre y fruto de su propio trabajo espiritual.
Por otra parte, en ninguna época –desde el principio de la Era cristiana– se han podido
encontrar las señales precursoras descritas por San Mateo tan gráficamente o con tanta
nitidez, como se descubren en nuestros tiempos. ¿Cuándo se han alzado las naciones
unas contra otras más que ahora? ¿Cuándo ha sido más cruda el hambre –otro nombre
para designar la miseria y las multitudes hambrientas del proletariado– o más
frecuentes y extensos los terremotos que en los últimos años? ¿Cuándo han coincidido
tantas calamidades simultáneamente?
Los milenaristas y los adventistas de fe robusta pueden seguir diciendo de nuevo que
está próxima “la venida de Cristo encarnado” y seguir preparándose para “el fin del
mundo”. Los filósofos –al menos algunos de ellos– que entienden el significado oculto
de los universalmente esperados Avatâras 66, Mesías, Sosioshes 67 y Cristos, saben que
no es “el fin del mundo”, sino “la consumación de la Era”, es decir, un nuevo fin de ciclo,
como lo es el que ahora se aproxima68. Si nuestros lectores han olvidado los párrafos
se lea de nuevo para poder entender el significado de este ciclo particular.
Repetidas veces el aviso referente a los “falsos Cristos” y profetas que han de engañar
a los hombres, ha sido mal interpretado por los cristianos caritativos, los adoradores de
la letra muerta de sus escrituras, aplicándolo generalmente a los místicos, y muy
especialmente a los filósofos esoteristas. El reciente trabajo de Pember, Earth's Earliest
Ages, es una prueba de ello. Sin embargo, parece muy evidente que las palabras del
Evangelio de San Mateo y otros, difícilmente se pueden aplicar a los verdaderos
filósofos, pues nunca se les oyó decir: “Cristo está aquí o Cristo está allí, en el desierto o
en la ciudad”, y menos aún en los aposentos, detrás del altar de cualquier iglesia
moderna. Hayan nacido cristianos o paganos, rehúsan materializar, y de ese modo
degradar, aquello que es el ideal más puro y más grande, el símbolo de los símbolos: el
Divino Espíritu inmortal en el hombre, ya se le llame Horus, Krishna, Buddha o Cristo.
Ninguno de ellos ha dicho jamás “yo soy el Cristo”; porque los que han nacido en
Occidente se sienten tan solo Chrêstianos 69, por más que se esfuercen en llegar a ser
Christianos en espíritu.
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